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21 de Julio 2019
OPINIÓN, CRÍTICA Y UN TOQUE DE HUMOR
Tribus Urbanas: La odisea de ser el pasajero de larga distancia
Escribe: Jesica Bond
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Tantas personas, y personajes, nos rodean que casi es tarea imposible recordar las caras y gestos que nos cruzan día tras día. Imagino todo ese rico bagaje de múltiple diversidad que nos caracteriza a cada uno.
Me propuse, no solo por curiosidad, sacar de lo cotidiano todas aquellas personas que cumplen un rol en la sociedad. Todos cumplimos uno, pero pocos nos percatamos de ello.
He aquí, una serie de individuos, que a mi parecer y sin tener la intención de molestar a nadie, observándolos un poco más cuidadosamente encarnan un papel asombroso entre nosotros. Sumergidos en su mundo, creen no ser vistos y pasados desapercibidos, yo dejé de mirar para pasar a observar.
Diviértanse con ellos, y con ustedes…que también forman parte de “Tribus Urbanas”.
Bienvenidos a lo cotidiano!

Viajar aunque sea al pueblito más cercano tiene su encanto. Preparar un pequeño bolso, guardar el mate, la cámara de fotos, el pomo de Off para los mosquitos, un protector solar y algún libro son los principales factores que entran primero en la maleta. A veces armar un sanguche para el viaje tampoco viene mal y la botella de agua comprada en el chino siempre es más barata que la de la terminal de cualquier país. Todo tiene un aura tan mágica que uno urge en la necesidad de disfrutar cada segundo de los preparativos. Hasta que se sube al micro y todo cambia repentinamente. Para mal. Aquí, las peores situaciones que se viven en un viaje de larga distancia.

  • Querer reclinar el asiento y el tuyo justo queda sentado. Y luego pensar que viajaste en la línea de micros más top y preferiste coche semi cama antes que lo que te toco: un asiento más cuadrado que silla de roble.
  • Sentarse al lado de un roncador profesional que al instante de arrancar el viaje queda profundamente dormido y ni se da cuenta que su cabeza está apoyada en tu hombro derecho. Y ni lo despiertes, porque te puede comer con la mirada.
  • Ir al baño y que no quede papel higiénico. O peor aún que el botón del inodoro no funcione y vos comiste bien pesado antes de viajar. Lo más jodido sucede cuando la puerta se traba (porque a vos sólo te pasa lo del asiento y ahora lo de la puerta) y le das y le das y le das, hasta que uno abre por el otro lado.
  • Abrir la viandita que el chofer reparte y que no te toque el Muffin de chocolate que le tocó al 99% de los pasajeros. Ahora conformate con maní sin sal durante el viaje.
  • Sentarse delante de un nene que cree que sos un auto y sentís las piernas del chico moldeándote la espalda cuando frena y acelera. Te das vuelta y te mira con cara de no hice nada y buscas consuelo en la mirada maternal, pero nada.
  • Estar en el pasillo y que la mujer de tu lado se levante al baño cada dos por tres. O a buscar agua, o a sacar algo de la valija que dejó arriba de los asientos, o no sé… para estirar las piernas. Y que en todas las levantadas te roce con el cuerpo dejándote despeinada.
  • Sentarse cerca de muchachos que no conocen los auriculares ni los decibeles y mientras querés ver la película ellos escuchen un disco completo de Reggaeton desde el celular. Al mejor estilo “manos libres”.
  • Que el chofer frene de golpe y los mates pinten tu nuevo libro de tonalidad verde cotorra, verde pasto, verde odio, y verde maldito viaje.
  • Que te enteres de paso cañazo que la Marité engañe al marido con el vecino, que además es el padre de Constanza y que Constanza esta embaraza pero no le dijo nada a la madre, que seguramente la eche de casa porque se rasca todo el día. Detallitos innecesarios de una charla de adelante.
  • Que la película repita trescientas ochenta veces el mismo trailer, y nadie del micro se queje. Y que no viene el chofer a cambiarla o poner otro cd.
Lo peor: que de tu pasillo salga un olor ácido que obligue a todos a abrir las ventanas pero que además, todos esos comiencen a verte justo a vos.