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2 de Agosto 2016
MANO A MANO CON EL VECINO QUE ADQUIRIÓ LA CASA
Alberto Pérez: el hombre que compró la primera
casa de Maradona y la convirtió en museo
Escribe: Marcelo Corenfold
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Si hay algo de chico que conservo hasta el día de hoy, no sólo es mi nombre, apellido y color de pelo castaño negro, sino un interrogante cuasi-pintoresco al que me ha costado bastante encontrar respuesta alguna: ¿Qué será de la vida actual de esos “objetos” que hemos visto en las películas? Constantemente me preguntaba cosas como: ¿Quién tendrá el “auto fantástico” (esa elegante cupé Pontiac negra) que Michael Knight solía conducir por las carreteras de Estados Unidos, en aquella famosa serie de los 80´? ¿Quién será el dueño de esa ensoñada bicicleta en la que E.T. voló junto a un niño, con la luna llena de fondo, y a todos nos llenó los ojos de lágrimas? Y si quieren un ejemplo más argento, ¿dónde estará el peluquín que usó Guillermo Francella para encarnar a un entrañable y borrachín Pablo Sandoval en “El secreto de sus ojos”? Vaya usted a saber, ¿no? Y sabiendo que la vida del protagonista de esta historia (Diego Armando Maradona) ha sido una especie de largometraje de 56 años, colmado de historias, claroscuros y tesoros perdidos, también juega el mismo interrogante: el mismo acertijo que me viene teniendo de hijo desde los 7 años: ¿Quién será el afortunado en tener la imborrable pelota “Tango” con la que Diego le hizo el soberbio gol a Inglaterra en México 86´? (y ni hablar qué es de la vida de los 7 ingleses que desparramó en el camino). ¿Quién tendrá la pelotita de golf con la que el “10” se la pasaba haciendo jueguito en los entrenamientos para USA 94´? ¿En manos de quién estarán los primeros botines PUMA con los que debutó en Argentinos Jrs? O, ¿quién será el dueño de esa desteñida camiseta color caqui en la que un purrete melenudo confesaba al mundo su sueño de ganar un mundial? Vaya usted a saber, ¿no? Lo que sí sé y puedo revelar (por primera vez en la vida) es el nombre, apellido y “color de pelo” de un vecino que tiene en su haber no sólo un título de abogacía, 65 años de edad y 43 como docente en la UBA: un calvo Alberto Pérez: el 1er argentino que “gambeteó” al destino inmobiliario para tener en sus manos la primera casa donde vivió Diego y sus hermanos, allá por finales de los 70´.

Pero ser el dueño de esta pequeña ciudadela del fútbol, era sólo el principio de la jugada. Alberto tenía otro AS bajo la manga del saco de jurista: llamó a los mejores arquitectos y restauradores y transformó la casa de Argerich en el museo de “D10S”: una réplica exacta del mismo hogar que Diego habitó 38 años atrás. Sólo bastó un par de fotos viejas y un equipo “tirando paredes” para revivir la más pura y auténtica adolescencia de Diego; el templo de los primeros pasos maradonianos, decorado con los mismos cuadros, la misma mesa de luz, los mismos espejos y retratos, la misma cama, el mismo armario y hasta el mismo órgano musical que el “Diez” solía zapar antes de interpretar su máxima obra: la sinfonía de fútbol, caños y acrobacias que comenzaría a exhibir al mundo, tiempito después.

Le paso “la pelota” a Alberto, no tan bien como Diego a un tal Caniggia contra los brasileros en el mundial de Italia. ¿Qué mejor que un hábil abogado para rematar la historia después de tantos pases de palabras, no?

-Compré la casa hace 8 años, antes fue una fábrica de carteras, pero tardé más de 2 décadas en poder comprarla… la dueña no la quería vender, porque la tenía alquilada. Diego viene a vivir acá en el año 1978, fue su primera casa, se la iban a dar para el día de su cumpleaños, 30 de octubre, pero se la dieron una semana después. Fijate que Diego debutó el 20 de octubre de 1976, o sea, 2 años después de recibir la casa. Hoy sería imposible que un jugador de esa categoría pudiera vivir como vivía Diego… en una casa alquilada y totalmente venida a bajo.

-Siento que más allá de tu admiración a él, también había en vos una especie de obsesión por tener su primera casa…

-Hay algo de eso. Desde el primer segundo estuve empecinado en este lugar; imaginate que no sólo soy fanático de todo lo que hizo Diego, sino que también, de alguna manera, viví muchas cosas con él, hasta tengo el honor de decir que fui el primer abogado que le hizo firmar el primer contrato profesional con Argentinos. No es poca cosa. Pero volviendo al tema, conseguir esta casa no fue nada fácil. A tal punto que en un momento la compra una mujer (grande) y un día me la cruzo, ella estaba barriendo la vereda. Me acerco y le digo: “Qué tal señora, quiero comprar su casa”. Obviamente no le dije cuál era la verdad de fondo, imaginate que si se enteraba que ahí había vivido Diego Armando Maradona, me ponía el precio por las nubes. Y le vuelvo a decir: “¿Por qué no me la vende? ¿Hay algún problema legal? Yo soy abogado, no le tengo temor a nada”. A lo que me responde: “¡Hable con mi abogado!” Apenas me dijo eso, sentí que la casa ya era mía. Cuando me encuentro con él (dicho sea de paso, había sido alumno mío en la UBA), me comenta: el problema de la casa es que está hipotecada, la mujer quiere 100 mil dólares (el valor de la propiedad), pero tiene 70 mil dólares de hipoteca. Cuando me da la documentación, me doy cuenta de que la hipoteca estaba prescripta, es decir, vencida, ya que nadie había iniciado juicio en los últimos 10 años, tiempo suficiente para que caduque cualquier hipoteca. Fue gracias a eso que pude comprarla. Ni más ni menos.

-Me quedó rebotando en la cabeza que fuiste el primer abogado que tuvo Diego, de hecho le hiciste firmar su primer contrato como jugador profesional en Argentinos. Me imagino que para vos fue como un “balón de oro” que no goza cualquier abogado…

-[Risas]. Sí, y no sólo eso eh, tengo otro laurel: fui el primer tipo en la vida de Diego en hacerle firmar su primer contrato publicitario con una marca deportiva (PUMA). En ese momento, el apoderado de la marca era Federico Sachi, quien en tono altanero y displicente, me dice: “Hágale firmar a Diego un contrato por 4 años, hágame caso: ¿sabe la cantidad de pibitos que vi como éste (…)? Mejor que gane unos pesos ahora porque después no los va a poder ganar ni en su vida”, remata Alberto con una claridad y vehemencia tan atada, como si enfrente de él no estuviera un periodista de Nuestro Barrio, sino el mismísimo Pelé.

-Tardaste 20 años, pero lograste comprar la primera casa del barrio donde vivió Diego. Pudiste convertirla en un museo. Fuiste su primer abogado. Sólo te falta que él venga a conocerla. ¡Ése sería tu mundial!

-Y qué te parece. Ufff. Pero viste cómo es Diego: hay que aceptarlo como es, con todo lo que me dio como jugador y persona… no puedo reprocharle absolutamente nada. He hablado con algunos de sus hermanos, pero nunca supe, realmente, si está al tanto de lo que hice con su casa: la compra, la restauración, el museo, viste. Quizá algún día, después de 40 años, Dios frote la lámpara y lo convenza a viajar y conocer su primer hogar… quién sabe, ¿no?

Oír brotar esas palabras (cargadas de una bocanada de conclusión, esperanza y heroísmo), me hizo sentir una sola cosa: ese descomunal poder de vacío que un jugador experimenta cuando alguien lo habilita y queda mano a mano con el arquero y el destino. Esos escasos instantes donde la vida juega en cámara lenta y con cara de “pocos amigos”. Por cierto, la diestra confesión de Alberto, para mí, no era más que eso: una precipitada habilitación hacia el remate de una épica historia, aún sin sentido; una arremetida en soledad apabullante hacia el fin de una crónica, donde el “arco narrativo” parece hacerse más chico. Pero para asegurar su euforia (como auténticos lectores en vilo), intentaré hasta el último suspiro, ponerme la “diez” y concluir la jugada como “D10S” manda…

Porque… del mismo modo que Alberto no sabe si Diego algún día le tocará el timbre, ¿quién iba a saber otros millones de acertijos? ¿Quién podía presumir que un crío “arrulado” de Villa Fiorito termine conquistando al mundo a base de milagros y rivales en el camino? ¿Quién esperaba que un “chiquillo” de 9 años termine dejándola chiquita en cada estadio del Planeta? ¿Quién iba a arriesgar que un jugador del “bicho” termine esculpiendo el gol más hermoso y haciendo rebozar de felicidad a todos los argentinos? ¿Qué humano cuerdo podía vaticinar que un “loco bajito” y sin nada en los bolsillos podía hacer que dentro de ellos entrara la ciudad entera de Nápoles y el corazón desbordante de millones fanáticos? Nadie. Y así como él reimaginó el fútbol, Alberto reimaginó el primer hogar de Diego: su primer potrero profesional y de vida. No sabemos si ese día D llegará, pero sí puedo afirmar (por segunda vez en mi vida, después de descubrir el nombre y apellido del hombre calvo que hizo el 1er museo de “D10s”), que cuando alguien posee el don de barrilete cósmico, los milagros inesperados aterrizan por sí solos: los imposibles y absurdos siempre pegan en el palo y entran. ¡Dalo por hecho!.