Lo peor que le puede pasar a una, no es que nos toque un marido que coma sólo churrasco con ensalada o que se olvide de poner un papel higiénico nuevo. Lo peor que nos puede pasar es tener una suegra. Muy rara vez y juro que he escuchado que existen, de nueras que aman a sus suegras, que se comportan como segundas madres y hasta amigas. Porque la suegra es esa mujer que nos viene de regalo junto al novio.
Al principio todo es amor y prosperidad. Él es el indicado, el hombre de nuestros sueños, el que nos complementa y logra hacernos vivir un sueño realidad. Todo es tan hermoso que da miedo. Y sí, da miedo. Da mucho miedo conocer a la familia luego de que la relación pretende dar otro paso más hacia la formalidad. Formalidad innecesaria, pero nosotras seguimos eligiéndola.
Ese día nos probamos doscientas prendas y conjuntitos, pero ninguno parece cuadrar con uno de los eventos más desconcertantes de la relación. Al final elegimos una remerita que mucho no destaca y el viejo jeans para ir a la facu. Llegamos con algo en las manos, un vino generalmente y con la otra presionando fuertemente la mano del prometido hasta clavarle las cinco uñas en la palma.
Una voz crujiente parece acercarse a la puerta, unos tacos anuncian su proximidad. Y esa sonrisa que nunca nos miró al saludar se comienza a desvanecer cuando nos radiografían por primera vez. Nuera y suegra, frente a frente, por primera vez, pero lamentablemente no última.
La cena transcurre tranquila, sin sobresaltos, sin siquiera darse cuenta -o no querer- de la existencia de la nuera que parece que ésta sí o sí se lleva al nene de casa. Un nene de treinta y pico, profesional, lindo y atlético. El nene de mamá.
Dicho príncipe de una princesa pero también de una bruja, nombra sus actividades diarias y da repaso a sus logros mientras mamá aplaude y sonríe con una saliva prominente decantando por las comisuras labiales. Y ese rouge rojo que le mancha los dientes. “Me dijo Manuel que vos te dedicás a la educación. ¿De qué tipo? Universitaria dice la nuera, y la suegra responde: “Ah, qué bien”. ¿Y con quién vivís?, ahora sola, me mude hace dos meses a mi departamento, y la suegra responde: “Ah, qué bien”.
¿Te acordás Manu de Silvita? Qué mujer emprendedora, qué personalidad, ¿no? Escuché que la becaron en Europa. Dice la suegra recordando a su anterior nuera que tanto la quería y que era como una hija para ella.
La cena tiene sabor amargo y ya miraste la hora cuatro veces mientras la suegra halaga a su hijo y a su ex nuera. También está el padre del novio, que de vez en cuando te mira el escote pero busca rápido tu sonrisa para no quedar tan depravado. Prefiere omitir palabra. Ya mucho dice la esposa. El café era innecesario, pero termina de develar cómo será esa relación que ya comenzó con el pie izquierdo, sale el tema de los hijos, de los futuros nietos, del matrimonio y la convivencia. Parece que la mujer ya pensó en el nombre de los niños, la iglesia donde sería conveniente efectuar la ceremonia y otros pormenores.
La huída está cerca y si no fuera por ese hombre amado, la mujer de labios rojos estaría siendo pisoteada por las sandalias que me aprietan y tienen taco filoso. Y taza, taza cada uno a su casa. Nos vamos, beso y abrazo prolongado al primogénito y un escueto “hasta luego Sonia”. Me llamo Carla…