Streaming de llantos en cuarentena. Lágrimas que escapan de tus rejas. Aromas incipientes en síntomas preexistentes. Reincidir con rueditas para que no se caiga la infancia. Veo abrazos con barbijos que no tapan la distancia. Con una sola carcajada le dio un ataque a su pánico. Siempre ganan los malos chicanea el colesterol a su primo hermano. Un estornudo desnuda al anciano. El tipo de seguridad casi me estira su mano. Una mirada te cruza por la senda peatonal. El semáforo se pone en rojo para que aprendas a avanzar. Mientras tanto, allá en la cima, alguien te invita a volar.

Estoy en la primera fila del FPA (Festival Presencial de mi Ansiedad). Abro la heladera y el dulce de leche se pone a salvo detrás del Casancrem light. Las Chocolinas se esconden en el placard. Y hace 8 meses que las Melba desaparecieron de la faz del Conurbano Bonaerense para que mi cuarentena sea aún más trágica. Me agita solo la idea de adelgazar. Tengo pesadillas con que Cormillot me viene a secuestrar. Por suerte se me ocurre ir al Chino en busca de un poco de paz en saquitos de té de manzanilla. De pronto levanto la vista desde la góndola y el capo del super me tira un sonriente y amistoso “Namasté”. Entre tanto caos cotidiano no puedo creer tamaño gesto de espiritualidad. Se lo retribuyo juntando mis manos e inclinándome ante el maestro oriental. Al tiempo que la cajera mientras intenta atajar su carcajada, me traduce el mensaje original del mandamás: “No hay más té”.